Pocos tipos en la historia de la música tienen la sensibilidad y el talento de convertirse en voceros generacionales. Allá por los jóvenes noventa, cuando el nihilismo pegaba su última estocada con el suicidio de Kurt Cobain, un cejudo maleducado de Manchester le cantaba a la vida eterna y escupía su receta para la felicidad: cigarrillos, alcohol y rock & roll. Noel Gallagher escribía un decálogo que aún hoy suena poderoso, fresco e inquebrantable. De aquel plomo de Inspiral Carpets (que estuve en Buenos Aires allá por 1991) a esta estrella destellante pasaron casi dos décadas y decenas de himnos. Al igual que muchos de sus colegas británicos, el hermano mayor de Liam (quien el año pasado nos visitó con sus Beady Eye) dispone de la capacidad de decorar con poesía y rock el lado más vulgar de nuestras vidas.
Entonces, bajo la luna llena que iluminó la noche del domingo en GEBA, Noel se convirtió en un lobo que atrapó a 10.000 cuerpos en la danza que mejor conoce, la del rock. No hizo falta ningún artilugio escenográfico ni frases de corrección política, sólo una lista de veinte melodías que traducen la habilidad de su creador.
Dejando a Oasis para la sección de los recuerdos, el célebre inglés aterrizó por sexta vez en Argentina (una, aquélla con sus coterráneos Inspiral Carpets, cuatro con su ex banda y ahora como solista) para despuntar en el Personal Pop Festival su Noel Gallagher’s High Flying Birds , el disco con formato de proyecto solitario que lo muestra maduro e inspirado. Sin embargo, la apertura del concierto con (It’s Good) To Be Free (cara B del single Whatever de 1994, hoy pieza de coleccionistas) y Mucky Fingers (tema del álbum Don’t Believe the Truth ), significo un guiño para la mayoría que sólo iba a buscar ecos de su glorioso pasado con Oasis.
Abriéndose paso a puro guitarrazo y sostenido por un sólido grupo de apoyo, Gallagher empezó a oficializar su flamante material con Everybody’s On The Run, Dream On (primera explosión de la velada) I f I Had A Gun y The Good Rebel . “Buenas noches, Buenos Aires, ¿Cómo están?”, saludó en un trabado español, minutos antes de calzarse la guitarra acústica y desprender de toda la prepotencia original a otra joyita de Oasis como Supersonic . Salteados los problemas que le generó esta versión (tuvo que cortar dos veces la introducción y, al final, juró no tocarla nunca más), continuó con su plan inicial, alternando lapsos de intensidad que hacían recordar las mejores faenas de Neil Young y losCrazy Horse.
Entre AKA… What A Life! , Soldier Boys & Jesus Freak , AKA… Broken Around , Talk Tonight y Half The World Away (los dos últimos de la factoría Oasis), la multitud seguía pidiendo por Live Forever en cada silencio. Noel fruncía el entrecejo y agradecía, tras pedir que no pierdan el tiempo porque no iba a tocar esa canción.
Así y como era de prever, el epílogo de la función acercó los momentos de mayor karaoke colectivo. Acariciando los bises, nuestro héroe asestó un golpe al corazón con Whatever , Little By Little y el cierre apoteótico amarrado al clásico de los ‘90 Don’t Look Back In Anger . “Llévame al lugar donde vas / Donde nadie sabe si es de día o de noche / Y, por favor, no pongas tu vida en las manos de una banda de rock & roll”, cantaba extasiada la multitud, mientras un hombre de casi 45 años, desde arriba del escenario y con su guitarra colgando, caía en la cuenta por enésima vez de que muchos de sus versos aún no tienen fecha de vencimiento.
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